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Cinco cuadros para viajar

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El arte enriquece el viaje y hay cuadros que son ventanas a otros lugares.


He mirado por muchas ventanas en diferentes lugares. Debo confesar que me gusta contemplar a través del vidrio el paisaje, los colores, las nubes, la luz, las personas… Es la distancia adecuada para ver a la gente e imaginarlos. El tiempo pasa en una reflexión visual.

Mirar un cuadro es lo más parecido a observar a través de una de esas ventanas que uno va encontrando en los viajes. La pintura es el arte de representar gráficamente a base de pigmentos y otras técnicas la realidad. Hasta ahí la definición de lo que es la pintura. Pero cuando intentas explicar cómo mirar un cuadro siempre acabas hablando de la emoción que logra transmitir, la que tú logras captar.

Igual que hay ventanas que siempre recordaremos y que al pensar en ellas, aparece en la memoria un pequeño fragmento de realidad enmarcado y consigues por un instante ya no estar donde estás sino en aquel otro lugar en el que estuviste, sucede igual con algunos cuadros que te llevan de viaje. Y aunque nunca lo hayas visitado, la mirada del autor te conduce a ese otro lugar a través de la evocación. Más allá del estilo o la escuela queda la emoción.

Os dejamos cinco cuadros que son ventanas de lugares a donde ir ¿Te animas a decirnos cuál es el cuadro que te hace viajar?


Acantilados de Pourville

Pierre-Auguste Renoir, Impresionismo.

En el verano de de 1882 Renoir llegó a pintar unos cincuenta y ocho cuadros con la costa de Normandía como tema. Aquí nos encontramos con los acantilados entre los pueblos de Pourville y Varengeville.

Cliffs on the Coast Near Pourville, Pierre Auguste Renoir,  1879

Parece sentirse el viento sobre la hierba que nace frente al abismo pétreo y blanco del acantilado. Como siempre en el impresionismo, se trata de una naturaleza apacible y podemos escuchar a lo lejos, en el eco que flota, el rumor de la espuma del mar  y el alboroto de las aves marítimas que anidan en la zona.

Mata Mua

Paul Gauguin, Postimpresionismo

Érase una vez un pintor con pasos perdidos que quiso recuperar algo de la emoción original en las islas de Tahití. Fracasó. Los tiempos modernos no dejan de evaporar el pasado glorioso en solo melancolía.

Mata Mua, Paul Gogin, 1982


Ese pintor era Paul Gaugin y no dejó que el fracaso cohibiera su búsqueda. Pintó en colores planos y vivos, para todos nosotros, la edad dorada de Tahití. La imaginó llena de belleza, simplicidad y música. La paz silvestre de los orígenes de la humanidad.

San Giorgio Maggiore. Primera hora de la mañana

Joseph Mallord William Turner, Romanticismo.

Venecia no es nada sin su luz. Lo sabía bien J.M.W. Turner; no obstante, estuvo en la ciudad en 1819, 1833 y, por último, en 1840. No fue mucho tiempo, en total, cuatro semanas a lo sumo. Pero ¿Cuánto tiempo es suficiente?

San Giorgio Maggiore. Primera hora de la mañana, J.M.W. Turner, 1819


Le bastó ese tiempo para que Venecia, o mejor dicho, Venecia en sus diferentes momentos del día, con sus diferentes luces, se convirtiera en uno de los motivos pictóricos de su obra ¿En esta acuarela no parece que la luz tiene materia y nos envuelve?

Café de París

Joaquín de Sorolla, Luminismo

París no es sólo París; también es París y sus diferentes épocas, cada una hace una ciudad diferente. El Valenciano Joaquín Sorolla tuvo oportunidad de conocerla durante la segunda parte del siglo XIX: El París de las Exposiciones Universales, la capital del arte.

Café de París, Joaquín de Sorolla, 1881

La burguesía paseaba por las grandes avenidas, se socializaba, ostentaba gasas y telas suaves, trajes a mida, botines y patillas pobladas, se dejaban retratar por los pintores impresionistas que acudían a París a devorar el arte nuevo, mientras la bohemia más descarada y decadente buscaba nuevas formas de expresarse: La sinestesia triunfó como una mancha de vino en un mantel de domingo.

Nighthawks

Edward Hopper, Social-realismo

Una gran ciudad como Nueva York también es un espacio de soledad. El pintor Edward Hopper sabía captar bien esas escenas, entre poéticas y desesperadas, del silencio urbano: la alienación moderna.

Nighthawks, Edward Hopper, 1942

Todo viajero se ha sentido alguna vez solo, en un lugar de esos en los que acabas preguntándote ¿Cómo he llegado aquí? Lo cierto es que es posible que te encuentres en una cafetería o en un bar, en una noche de soledad, iluminado por un haz de luz fluorescente; incluso, quizá, en la barra, haya alguien más y el camarero esté limpiando las últimas copas mientras mira de reojo y poco disimulado la hora que marca el reloj de la pared. Ese lugar puede estar en cualquier esquina de Nueva York.

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